Peña y la «estela» del aviador inglés

Despoblado de Peña

Peña y la «estela» del aviador inglés

El municipio despoblado, situado en un altiplano, conserva su estructura medieval

 

Despoblado de PeñaLa prospección de estelas funerarias discoidales en Euskal Herria encamina a visitar Peña, pueblo abandonado con un precioso conjunto de ellas, alguna medieval, la mayoría reubicadas en el jardín de la ermita de San Gabriel, en plena Cañada de Los Roncaleses, abajo, en Torre de Peña. Estamos en el Valle del río Aragón, a 7 km de Zangoza/Sangüesa, a 6 km de Peña, el despoblado, un impresionante y atractivo lugar distinto a todos, desnivel 300 m.

El origen de Peña viene de las disputas medievales entre los reinos de Navarra y Aragón, en el tránsito de la Alta a la Baja Edad Media. Está situado en una meseta elevada e inclinada 30º en forma de trapecio con punta al noreste, formada por capas de conglomerados y areniscas, mide poco más de 300 m de largo y 110 m de ancho, un altiplano inclinado relativamente pequeño, que de forma natural proporciona grandes ventajas defensivas.

Una vez resueltos los líos de alcoba entre los dos reinos, las piedras de la muralla que rodeaba la meseta, se utilizaron para construir casas y corrales. Peña estaba en la frontera, con la particularidad de que desde el valle no se ve la imponente meseta, quedando el pueblo resguardado de miradas indiscretas, pero su torre amurallada en lo más alto de la altiplanicie a 858 msnm, era atalaya perfecta para vigilar tanto el lado navarro como aragonés.

La entrada al pueblo obliga a pasar por dos arcos exteriores situados bajo el ábside de la iglesia. Al Oeste hay una discreta segunda entrada que lleva a una senda que atraviesa el salvaje e impenetrable encinar que rodea al pueblo y que baja hasta Torre de Peña, evitando la pista de acceso. La iglesia tiene un curioso matacán o estructura defensiva para lanzar líquidos o sólidos que ilustra sus orígenes fortificados.

El 11 de noviembre de 1943, día de San Martín patrono del lugar, y tras dos días de festejos mientras los vecinos se despiertan con la intención de acudir a misa mayor en la parroquia de San Martín de Tours, un avión mosquito Havilland DH 98, tripulado por el Comandante Walker y su copiloto Crow, parte de Inglaterra con la misión de fotografiar las posiciones alemanas en la costa vasco-francesa.

A la altura de Toulouse el mosquito es alcanzado por la artillería alemana y la tripulación decide cruzar los Pirineos para intentar aterrizar en la llanuras del Ebro y comunicar su posición a la base de Gibraltar. Llegando a Peña la situación se vuelve insostenible y los pilotos se lanzan en paracaídas. El copiloto es rescatado en Sos del Rey Católico, pero a Walker se le enreda el paracaídas entre las alas, se estrella y muere en el monte Verduces. Crow moriría meses después en un bombardeo sobre Berlín.

Los vecinos de Peña reunidos y recién salidos de misa observan atónitos el accidente, recogen el cuerpo de Walker y lo entierran bajo una cruz de madera sin nombre. El cementerio se sitúa extramuros y poco antes se encuentra el aljibe cupular en piedra seca que abastecía de agua al poblado, hoy se mantiene seco casi todo el año por falta de uso. El fantástico, coqueto y pequeño cementerio de muros también en piedra seca con cuidado remate superior, está coronado en los vértices por soberbias estelas discoidales. En 1956 el hermano de Walker colocó una lápida de mármol que siempre ha estado con flores.

El último vecino abandonó Peña en 1952, pero entre 1961 y 1964 lo habitó un ermitaño dominico belga, el padre Arnaldo, que tenía medio cuerpo paralizado y una pierna de madera. Hacía vida en solitario, los domingos daba misa a los cazadores y en Semana Santa se aislaba del mundo, por salud tuvo que abandonar su solitaria aventura. El santo de Tours no ha vuelto a inclinar su capa a ningún nuevo inquilino.

Algo más arriba hubo un monasterio que gobernó el abate Virila, quien luego pasó en Leyre 300 años escuchando el canto de un ruiseñor, pero esa es otra historia. El pasado 11 de noviembre 75 aniversario del accidente del aviador, sin festejos ni ceremonia alguna en Peña, la tumba del joven comandante de 28 años aún con flores de plástico hacía grande el lugar, el olvido virtud y su abandono felicidad.

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