Historia bajo el agua

Arqueologia submarina

Historia bajo el agua

Vestigios históricos de todas las épocas se esconden bajo el agua

Agurtzane Núñez Yarza

Cuando pensamos en arqueólogos es fácil que venga a la mente Indiana Jones, o pensemos en excavaciones del antiguo Egipto. Pero no hay que irse tan lejos para encontrar zonas de interés histórico. Eso sí, no siempre están tan accesibles como en tierra, ya que hay múltiples vestigios arqueológicos que están sumergidos bajo el agua y el barro en los mares y ríos.
«La arqueología subacuática incluye todos los restos de la actividad antrópica que en algún momento se ha quedado bajo el agua: los puertos antiguos, los edificios, pueblos, barcos, etc. Puede ser en agua salada o en dulce. Normalmente nos viene a la cabeza el mar, pero también pueden ser lagos o ríos. Hay más restos de lo que podemos pensar», indica Ana María Benito, historiadora y directora de los trabajos
en el yacimiento de Iturritxiki, en Getaria.
En toda la costa guipuzcoana hay numerosos yacimientos, de todas las épocas históricas, desde mercancías que naufragaban a restos de batallas navales: «hay que pensar que durante la Historia han pasado por nuestro litoral muchos barcos. En el lago de Sanguinet en las Landas, por ejemplo, se encontraron varias piraguas monóxilas de la Edad del Hierro, talladas en un solo tronco, en Gernika se extrajo el pecio de Urbieta, una nave construida a tingladillo del siglo XV, y en la bocana de Orio varias embarcaciones venaqueras dedicadas al transporte de hierro».
Pero hay muchos más yacimientos todavía hundidos en el fondo del mar. Algunos a unos metros de profundidad y otros fuera de la plataforma continental, a más de 90 metros de profundidad. Tanta que no se puede acceder a ellas.



Excavación submarina

Eso sí, aunque la lógica indique que cuanto más antiguos son los restos más al fondo deberían de estar, bajo el agua no siempre es así, ya que «las mareas, sobre todo la mar de fondo, mueven los restos y lo que estaba en un sitio determinado puede acabar disperso junto a artefactos de otro contexto arqueológico». Por lo que puede ser que haya objetos mezclados de diferentes siglos que sólo el buen ojo de un especialista lo diferencie entre las piedras.
«Al estar cubiertos por sedimentos muchas veces pasan desapercibidos para un submarinista. Más de una vez al bajar a prospectar un posible yacimiento hemos tenido que subir a la superficie a explicarle al buceador lo que habíamos visto», explica Benito.
Una vez encontrado el yacimiento, hay que balizarlo, cuadricularlo, y dibujarlo, antes de proceder a su extracción. «Cada vez se tiende más a dejar los restos donde estaban, es donde mejor se van a conservar», indica. Sólo se extraen los objetos pequeños que pueden ser cogidos por aficionados y los de materiales orgánicos que se degradan fácilmente, ya que se han solido encontrar tanto ánforas como semillas y zapatos de cuero, como sucedió en las excavaciones de Oiasso en Irun. «Para que alguien saque un cañón o una embarcación se necesitaría una infraestructura que llamaría la atención» y ello alertaría a las autoridades.
Todo lo que se obtiene bajo el mar tiene que ser sometido a un proceso de desalinización en agua dulce y posterior secado, «si no la sal que contiene se cristaliza y rompe la estructura del material». Hoy en día todo el material se deposita en el almacén de Diputación, Gordailua, aunque hay material expuesto también en el Aquarium de Donostia y en el Museo Arqueológico Vasco, en Bilbao.
La cronología de los hundimientos también indica la importancia que tuvieron las poblaciones costeras en una u otra época. «En la zona del cabo de Higer, en Hondarribia, se han encontrado indicios de embarcaciones romanas por la influencia que tenía el puerto de Oiasso de Irun. En Getaria, en cambio, los yacimientos son de época moderna, siglos XVI al XVIII, y en Orio barcos que transportaban mineral de las ferrerías. Aunque hay restos de todas las épocas, también de las más recientes», explica Ana María Benito, que acaba de publicar junto a Javier Mazpule el libro ‘Naufragios en la costa vasca 1976-2016’, en el que se detallan las historias y las causas de 43 naufragios, tanto mercantes como pesqueros o remolcadores.




Comercio mundial

«Previamente al trabajo de campo investigamos en los archivos para saber dónde hubo un naufragio, aunque no siempre hay documentos. Hay veces que los buceadores mismos, si encuentran algo nos avisan, como fue el caso de la urca de Iturritxiki», recuerda Benito, «estaban buscando los vestigios de una batalla naval que hubo en 1638 en la bahía de Getaria y encontraron unos restos que no se correspondían, unos lingotes de cobre».
El archivo de Getaria se había quemado en la Primera Guerra Carlista, así que no fue posible encontrar ningún documento en el pueblo. «Fue un trabajo que nos llevó varios años. El documento que nos dio la pista lo encontramos en el Archivo General de Simancas, donde hablaba sobre los lingotes y las argollas, es decir, las manillas, que encontramos», explica. Fue posteriormente, al analizar los sellos de los lingotes y el valor de las manillas cuando descubrieron que los restos de la urca de Iturritxiki eran los de un barco esclavista del siglo XVI.
Según Ana María Benito el yacimiento demuestra que «mucho antes de la globalización actual ya existía la globalización y que el pecio de Getaria es un claro ejemplo de ella. Había un mercado triangular entre Europa, África y América o las Indias, como se conocían entonces. Las manillas eran fabricadas en Europa y embarcaban desde el puerto de Amberes rumbo al golfo de Guinea. No es que allí no las fabricasen, pero se dieron cuenta de que era más barato importarlas y las cambiaban por esclavos. Encontramos documentos que detallan cómo iban cambiando de valor, tantas manillas por tantos esclavos, como en la bolsa actual». Después, llevaban los esclavos a América y traían a Europa materias primas y metales preciosos como oro y plata.
En aquella época era «una navegación más de cabotaje, iban buscando puertos en los que cobijarse », por lo que en la mayoría de puertos y bocanas hay restos. «En el de Pasajes o Bilbao, por ejemplo, apenas hay vestigios porque durante años con los dragados se ha perdido lo que había. En el mejor de los casos documentaban lo encontrado, pero después lo tiraban, lo vendían, o lo fundían», se lamenta la arqueóloga.

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