La luz que no deja ver

Iluminación nocturna vista desde el espacio

La luz que no deja ver

Sin darnos cuenta, la iluminación llega más allá de lo que necesitamos

Amaia Núñez Yarza

La luz es totalmente necesaria para la mayoría de los seres vivos. Con la electrificación de las calles se alargaron las horas aprovechables con luz artificial. Con los años, lo que al principio era alumbrado público se extendió a cartelería e iluminación decorativa, con lo que hoy en día muchos municipios cuentan con un exceso de luz que además de la pérdida de energía, genera otros efectos secundarios tanto en personas como en animales.

Hace años que los aficionados a la astronomía alertan de la contaminación lumínica, que no es otra cosa que la luz que inunda zonas que debieran quedar a oscuras una vez que el sol se pone. En el día a día esto se da principalmente en tres ocasiones: «cuando la luz de las calles entra a las casas, la ceguera que causa cuando recibimos muchos puntos de luz, y la excesiva iluminación que ilumina todo en cientos de metros a su alrededor», explica Paul Minguez, miembro del departamento de Astronomía de Aranzadi.




Para evitar la excesiva iluminación, ya que «las fachadas y los suelos reflejan alrededor del 15% de la luz que reciben», muchas luminarias tienen la parte de arriba tapada, esto es, reflejan toda su luz hacia abajo. Pero esto no es útil si en ocasiones no bajamos la potencia que emiten esas bombillas. Así, además de ahorro energético, se mantiene la iluminación necesaria para la visión, pero no llega tanta luz por encima de las farolas.

«Por poner un ejemplo, una farola con una bombilla de 150 w, irradia 75 w a su alrededor, a los que se suman otros once por el reflejo del suelo. Tapando la parte de arriba de la farola, se consigue eliminar la luz que va directamente al cielo, pero se irradian 27 w a través del reflejo, ya que dirige toda su potencia lumínica hacia el suelo. En este caso, lo mejor sería reducir la potencia a 75 w. Se obtendría la misma cantidad de luz que al principio del ejemplo tanto en el ambiente como en el reflejo del suelo, pero se reduciría considerablemente el gasto energético», explica.

Atardeceres naranjas

Aunque este simple ejemplo parezca poco importante, el hecho es que la cantidad de luz artificial que nos rodea nos ciega para percibir otras luces más lejanas, como por ejemplo las de las estrellas. En ocasiones, los anocheceres naranjas de las ciudades no son más que la luz de las farolas reflejadas en las nubes, por muy anaranjado que parezca. No hace falta más que ir a un lugar con poca iluminación para apreciar la cantidad de estrellas que se pueden ver a simple vista en el orbe.

La contaminación lumínica no solo causa la pérdida energética mencionada, también causa problemas de salud en las personas, en la biodiversidad y en el medio ambiente, así como efectos relacionados con la calidad de la luz y con el cielo nocturno. Las personas necesitamos oscuridad para dormir y descansar. Rodeados de luz, el cuerpo tiene problemas para segregar melatonina, la hormona que ayuda a controlar el sueño, y por lo tanto, se sufren alteraciones en el crecimiento y envejecimiento.



La contaminación lumínica también afecta a los animales y plantas, ya que altera su habilidad de orientación y navegación. Las aves, por ejemplo, tienen tendencia a ir hacia la luz. La iluminación artificial les causa ceguera, por lo que se desorientan.

Peor visión

Más luz no quiere decir mejor iluminación. Como explica Paul Minguez, «muchas veces se piensa que con más luz hay más seguridad, pero no es así. Con mucha luz los ojos tienen problemas para adaptarse a la luz, aumentando la ceguera momentánea y los problemas en el contraste de los elementos».

El mapa lumínico de la web lightpollutionmap.info muestra el nivel de contaminación de todo el planeta. En Gipuzkoa, el problema de la contaminación lumínica se da en casi todos los municipios. El cielo ‘más limpio’, con el que los aficionados a la astronomía disfrutan de mirar al universo está en Berastegi y Orexa. El más contaminado está en Donosti, sobre todo en la zona de Anoeta, pero también en Amara Berri y Antiguo; aunque no quedan lejos Errenteria e Irun.

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