«El patrimonio muchas veces no se ha cuidado como hubiera merecido»

Caserios de ribera, Donostia. Ancora

«El patrimonio muchas veces no se ha cuidado como hubiera merecido»

La asociación Áncora lleva una década poniendo en valor el patrimonio arquitectónico

Agurtzane Núñez Yarza

Un caserío, un palacio centenario o una fábrica industrial aunque son diferentes, no tienen porqué ser tratados diferente. Los tres han podido ser un referente, tanto por llevar siglos en pie como por la historia que han creado alrededor suyo o su estilo de construcción. Con esa premisa, a partir de una casualidad, surgió la asociación Áncora en Donostia.

«Un día leímos en la prensa que se el edificio del Bellas Artes estaba en riesgo, porque había un proyecto de derribo. Así que un grupo de amigos decidimos fundar la asociación para defender el edificio», recuerda Alberto Fernández D’Arlas de la Peña, presidente de Áncora. Casi todos habían estudiado historia del arte, que se unieron al constatar la desaparición de numerosos edificios históricos y significativos de Donostia en los últimos años.

El Bellas Artes «era una antigua sala de cine, que tenía una presencia urbana muy importante, y una cúpula majestuosa. Luego supimos que era la sala de cine más antigua que se conservaba, de 1914, aunque no quiere decir que sea la más antigua que hubo», explica; añadido al lugar en el que estaba situado y en una ciudad con un festival de cine como San Sebastián, «tenía todos los ingredientes para ser un elemento singular de nuestro patrimonio».

Aunque en un primer momento lograron protegerlo, ya que el Gobierno Vasco le otorgó la clasificación de monumento de Euskadi, en 2015, las alegaciones de la empresa propietaria hicieron que se le retirara la protección y se quedó solo con una protección a nivel urbanístico local, con lo que «en 2019 continuaron las obras, con gran escándalo, para construir un hotel de cinco estrellas», recuerda.

Los miembros de Áncora admiten que «fue un poco decepcionante» no haber conseguido su propósito inicial, aunque están satisfechos por todo el trabajo realizado y el camino recorrido. «En estos años ha surgido una sensibilidad social muy importante sobre la necesidad de mejorar la protección de los edificios históricos», indica Fernandez.

Así, entre otros logros, destacan haber conseguido «que se revise el plan especial de patrimonio de Donostia y que incluya nuevos elementos catalogados, hemos creado cierto debate a nivel local, y ya se habla de patrimonio en la prensa». Su trabajo se centra sobre todo en Donostia, donde realizaron el inventario para revisar el Plan Especial de Protección a petición del ayuntamiento. «Se incorporaron unas 145 villas, que no tenían ninguna protección y podían ser derribadas en cualquier momento».

Además, también han conseguido salvar algunos otros edificios, entre los que destaca Ebro etxea de Zarautz. «El ayuntamiento quería sacarlo del catálogo, y al final se consiguió que se declarase monumento de Euskaldi», explica. «Recientemente también hemos intervenido en la Villa Sagrado Corazón o el puente Nuevo, ambas de Tolosa», indican, y aña de que su labor se centra en «hacer lo posible por llamar la atención sobre esos valores, por reunirnos con los responsables políticos, por intentar que se preserve estos elementos».



Poco valorado

Fernandez admite que a la hora de hablar de patrimonio «la gente los vinculaba a la nostalgia, a una preocupación elitista», lo que ha hecho que se pierdan numerosos ejemplos de la arquitectura local. «Para transformar edificios que antiguamente fueron residenciales o terciarios en un hotel ha habido que hacer obras que a menudo han consistido en derribos interiores. El patrimonio, muchas veces, no se ha tratado con el cariño o el cuidado que hubiera merecido», recalca Alberto Fernandez.

Entre otros, subrayan que al igual que «casi todos los pueblos de Gipuzkoa tienen libros sobre sus caseríos y están orgullosos de ellos, en Donostia no quedan apenas, son invisibles», y añade que «barrios como Zubieta o Igeldo que tenían muchos caseríos, no les hacen caso. Y todos los caseríos de ribera que estaban a orillas del Urumea y que eran preciosos, están a punto de desaparecer».

En este sentido, indica que «es muy importante la arquitectura vernácula, la que está vinculada con la tierra, las tradiciones… es una preciosidad y en Gipuzkoa tenemos joyas, unas maravillas impresionantes de 500 años o incluso más».

Aún con todo, en la asociación ven un cambio de mentalidad en los últimos años, algo que consideran muy positivo. «Tenemos unas cuentas en redes sociales que tienen bastante tirón popular y vemos que la mayoría de seguidores es gente muy joven, y eso nos da cierta esperanza».



Exposiciones

Entre las acciones que han realizado durante sus diez años de andadura están las exposiciones para dar a conocer el patrimonio donostiarra y denunciar la situación de algunos edificios. «En una de ellas, ‘La ciudad que perdimos’, recopilamos fotografía y plano de edificios desaparecidos de San Sebastián y los situamos por barrios; e íbamos denunciando cómo se habían ido perdiendo una serie de edificios muy interesantes, un gran número», explica.

La muestra «conmocionó bastante. Al ver todos los elementos agrupados uno tomaba conciencia de la importancia cultural de la pérdida y de las transformaciones tan importantes que estaba sufriendo la ciudad». Después también impulsaron una exposición sobre la Parte Vieja de Donostia, y «conseguimos que se declarase Bien Cultural, ya que hasta entonces no tenía esa protección».



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